El expresidente de Uruguay José "Pepe" Mujica falleció este martes a los 89 años, tras una dura batalla contra el cáncer de esófago, que luego se extendió al hígado. Mujica, uno de los políticos más emblemáticos de América Latina, murió en su chacra de Rincón del Cerro, como él mismo había deseado, en compañía de su esposa, la exvicepresidenta Lucía Topolansky, y seres cercanos. Su fallecimiento marca el fin de una era para el Frente Amplio, el partido de izquierda que ayudó a fundar y al que dedicó su vida.
Mujica había hecho pública su enfermedad en enero de 2024, cuando dijo sin rodeos: “Me estoy muriendo”. A partir de entonces, se retiró parcialmente de la vida pública, pero sin dejar de participar activamente en la campaña que culminó con la victoria de Yamandú Orsi, del Movimiento de Participación Popular (MPP), el sector fundado por el propio Mujica dentro del Frente Amplio. El domingo pasado, su ausencia en las urnas ya había encendido las alarmas, y hoy se confirma la noticia que enluta al Uruguay entero.
Desde sus orígenes como guerrillero tupamaro en los años 60 y 70, Mujica pasó 13 años en prisión durante la dictadura uruguaya, en condiciones inhumanas. Aquella experiencia marcó profundamente su visión del mundo, y desde entonces abogó por el respeto, la reconciliación y la democracia. “Hay cuentas que no se cobran”, solía decir. Su humildad y sabiduría lo transformaron en una figura querida más allá de fronteras e ideologías.
Como presidente (2010-2015), Mujica impulsó algunas de las reformas más progresistas del continente, como la legalización del aborto, el matrimonio igualitario y la regulación del cannabis. Lo hizo con un estilo austero, rechazando privilegios del poder: vivía en su modesta chacra, donaba gran parte de su salario y manejaba un viejo Volkswagen Fusca. Este modo de vida sencillo lo volvió símbolo de coherencia política y ética pública.
“Me quiero despedir de todos mis compatriotas. El fundamento de la democracia es respetar a los que piensan distinto”, expresó Mujica en su último mensaje público, dejando una reflexión profunda en un momento personal de fragilidad. Pidió también que no lo hicieran “sufrir al pedo” y reiteró su voluntad de descansar bajo una gran sequoia que él mismo plantó, al lado de su recordada perra Manuela.
La muerte de Mujica genera un vacío político y emocional en el pueblo uruguayo, y su figura ya se inscribe en la historia como un referente moral del progresismo latinoamericano. Líderes de toda la región, así como movimientos sociales, intelectuales y ciudadanos de a pie, han comenzado a manifestar su dolor y gratitud por su legado. Su vida fue un ejemplo de lucha por la justicia, pero también de humanidad frente a la adversidad.
José Mujica se despide dejando una herencia de convicciones, de palabras sabias, de resistencia sin rencor. El “presidente más pobre del mundo”, como lo llamaron los medios internacionales, se convirtió en el más rico en valores, enseñanzas y afecto popular. Hoy Uruguay y América Latina lo lloran, pero también lo celebran como uno de los grandes hombres del siglo XXI.
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