La reconocida cadena de comida rápida colombiana Frisby ha protagonizado recientemente un curioso episodio que pone en evidencia el poder de una marca bien posicionada. La historia comenzó cuando usuarios colombianos en redes sociales detectaron que alguien había registrado el nombre “Frisby” como marca en España, sin la autorización de la empresa original. Esta situación encendió la indignación y el sentido de pertenencia de miles de colombianos que viralizaron el caso con mensajes de apoyo a la marca nacional.
Frisby no tardó en reaccionar. Con un comunicado oficial, la compañía expresó que no cuenta con ninguna operación en Europa y que ya se encontraba adelantando las acciones legales para proteger su nombre. Lo más interesante, sin embargo, no fue el acto jurídico, sino la respuesta emocional de los consumidores, quienes convirtieron este incidente en una auténtica campaña espontánea de marketing viral.
Expertos en comunicación y marketing digital han coincidido en que el alcance logrado por Frisby durante esta controversia es comparable al de una campaña multimillonaria. “Una campaña con ese nivel de engagement, cobertura y defensa orgánica de marca en redes sociales puede costar miles de millones de pesos”, aseguró uno de los analistas. Las cifras hablan por sí solas: millones de vistas, cientos de miles de interacciones, memes, videos, y hasta contenidos de influencers sumados a la causa.
El fenómeno también revela un nuevo tipo de patriotismo digital: defender en internet lo que sentimos propio. Frisby no es solo pollo frito para muchos colombianos; es símbolo de infancia, de familia, de tradición. El hecho de que alguien intentara apropiarse de ese nombre sin autorización despertó un sentido colectivo de identidad y pertenencia que pocas marcas logran cultivar.
Desde el punto de vista legal, el caso plantea importantes retos sobre la protección internacional de marcas, especialmente en un mundo globalizado donde los nombres, logotipos y eslóganes circulan más allá de las fronteras físicas. La Oficina de Patentes y Marcas de la Unión Europea ya ha sido notificada, y Frisby, como marca registrada en Colombia, cuenta con tratados internacionales que respaldan su reclamo.
Mientras se resuelve el conflicto en los tribunales europeos, Frisby ha ganado algo que no se compra: amor de marca. La reacción ciudadana no solo protegió su identidad, sino que amplificó su presencia a niveles nunca antes imaginados. Incluso personas que nunca habían probado el producto, en otras partes del mundo, se interesaron por saber qué es Frisby y por qué tantos colombianos lo defienden con tanta pasión.
En tiempos donde las marcas luchan por atención y conexión auténtica con sus audiencias, Frisby se convirtió en un ejemplo de cómo el vínculo emocional puede ser más poderoso que cualquier estrategia de mercado. Lo que empezó como un intento de apropiación, terminó siendo una celebración espontánea de lo que representa ser colombiano.
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