Desde las primeras luces del amanecer, Caacupé se llenó de pasos, cantos y banderas. Migrantes de distintas nacionalidades iniciamos una peregrinación desde el Tupasy Ykua hasta la Basílica de Nuestra Señora de los Milagros, con el corazón cargado de sueños, memorias y gratitud. Así comenzó el Jubileo de los Migrantes, en el marco del Día Nacional del Migrante y su Familia, bajo el lema “Migrantes, Misioneros de la Esperanza”, convocado por la Pastoral de la Movilidad Humana de la Conferencia Episcopal Paraguaya.
La caminata fue silenciosa por momentos, y en otros vibrante, acompañada de rezos en guaraní y español. Cada paso expresaba lo que las palabras no alcanzan: el amor por nuestras raíces, la fe que nos sostiene, y la fuerza de una comunidad que, lejos de su tierra, sigue adelante sin olvidar de dónde viene.
El corazón espiritual de la jornada fue la Santa Misa, presidida por Monseñor Gabriel Escobar Ayala, Obispo del Vicariato Apostólico del Chaco. Con palabras llenas de esperanza, habló de dignidad, acogida y del papel invaluable de los migrantes en la vida del país. Su homilía nos abrazó como comunidad y nos devolvió la certeza de que la fe también migra con nosotros.
Uno de los momentos más significativos fue la oración de los fieles, proclamada en español y guaraní, reflejando el alma mestiza de esta tierra y la integración que florece entre culturas. El altar fue testigo de una celebración profundamente humana, donde la espiritualidad se encontró con la realidad migrante.
La presencia del Director General de Migraciones del Paraguay marcó un gesto importante de respaldo institucional. Su acompañamiento fue una señal concreta del compromiso con una migración digna, segura y humana. Agradecemos también a las autoridades de la Basílica, por abrirnos este espacio sagrado donde tantos corazones encontraron consuelo y esperanza.
El cierre de la jornada fue un verdadero regalo cultural: danzas, cantos, instrumentos y trajes típicos tomaron la explanada del santuario. Artistas migrantes transformaron el lugar en una fiesta de colores y ritmos, mostrando que la diversidad no es amenaza, sino una riqueza que fortalece al Paraguay.
Este Jubileo fue más que una celebración religiosa: fue una manifestación de unidad. Nos recordó que la migración es también una misión: la de llevar luz, esperanza y cultura a cada rincón donde llegamos. Caminamos juntos, con identidad, con fe, y con la convicción profunda de que también aquí, en esta tierra generosa, podemos seguir construyendo hogar.
¡Gracias Paraguay!
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