En cada rincón del Paraguay, junio enciende más que fogatas: reaviva el alma de una nación que celebra su historia, su gente y su diversidad cultural a través de la Fiesta de San Juan. Aunque el motivo original es religioso —el nacimiento de San Juan Bautista—, lo que se vive en estas fechas va mucho más allá: es una explosión de símbolos, juegos y sabores que reúnen lo ancestral con lo popular.
Lejos de ser solo una celebración eclesiástica, San Juan se ha convertido en un reflejo de la identidad paraguaya. Desde tiempos antiguos, el fuego ha sido un eje central en rituales de purificación, y hoy sigue presente en los juegos tradicionales. Esta festividad une el respeto por lo espiritual con la picardía del pueblo: una danza entre lo místico y lo festivo que ocurre bajo las estrellas.
Cada juego tiene una historia. El Toro Candil, por ejemplo, no es solo entretenimiento; es una sátira, una metáfora del caos disfrazado de humor. El Pelota Tatá, más que una prueba de valor, es una lección de agilidad y tradición. Y el Tatare’i, con sus fogatas encendidas, mantiene vivo un rito solar precolombino donde la luz vence la oscuridad.
Más allá del fuego, el juego de la Gallina Ciega es otro emblema que no pierde vigencia. Poner a prueba los sentidos en medio de risas y música popular recuerda que el pueblo paraguayo encuentra alegría incluso en lo incierto. Cada actividad está impregnada de simbolismo, donde el pasado y el presente conversan en clave de fiesta.
La mesa también habla en San Juan. Entre chipas, pastel mandi’o y sopa paraguaya, se teje una narrativa de sabores heredados, donde cada receta lleva la memoria de abuelas, vecinos y comunidades enteras. Comer en San Juan es más que saciar el hambre: es compartir el alma.
Uno de los aspectos más valiosos de esta festividad es su capacidad de reunir. Familias, escuelas, barrios y hasta ciudades enteras se organizan para mantener viva la llama de sus costumbres. San Juan es esa excusa perfecta para vernos a los ojos, reírnos juntos, y sentirnos parte de algo más grande: una comunidad con raíces profundas y corazón festivo.
Así, San Juan no es solo una fecha en el calendario. Es un espejo donde Paraguay se mira, se reconoce y se enorgullece. Con su fuego simbólico, nos recuerda que las tradiciones no mueren si hay quienes las celebren con pasión y alegría. Y cada año, el país entero se enciende para decir: ¡San Juan ha ardiu!
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